Riazor: que no nos vendan un estadio si no construimos comunidad

Por Por Pablo Saavedra Reinaldo
A Coruña – Marzo 2025

Consultor en sostenibilidad, gestión e impacto deportivo.

He pasado media vida dentro de estadios. Como deportista, como entrenador, como gestor. He visto gradas llenas y vacías, victorias que marcaron historia y derrotas que enseñaron más que cualquier medalla. Por eso, cuando escucho que un nuevo estadio puede “generar más afición”, no puedo evitar preguntarme: ¿afición a qué? ¿A un deporte o a un símbolo? ¿A un club o a una ciudad?

Riazor es mucho más que cemento y asientos. Es memoria viva, historia compartida, lugar de emociones. Y por eso merece algo más que un simple lavado de cara o una inversión monumental justificada en nombre de un Mundial.

No se trata de negar la necesidad de modernizar instalaciones. Es evidente que los tiempos cambian y que una ciudad como A Coruña necesita infraestructuras deportivas del siglo XXI. Pero lo que me preocupa es cómo se está vendiendo esta transformación: como un salto al escaparate global, como una gran oportunidad económica, como si la solución a todos nuestros males pasara por ser sede de un evento.

Lo que no se ve desde fuera

El verdadero impacto de un estadio no está en sus pasillos VIP ni en sus pantallas de última generación. Está en si ese espacio sirve para algo más que 25 partidos al año. Está en si puede abrirse al barrio, a los clubes de base, a los colegios, a las personas mayores que caminan por sus alrededores, a los jóvenes que no encuentran dónde entrenar.

Construir un estadio no es levantar un icono. Es una oportunidad —única y difícil de repetir— para construir comunidad.

Pero para eso hay que escuchar. Hay que abrir procesos participativos reales, preguntar qué necesita el deporte base, cómo integrar a colectivos vulnerables, qué modelo de sostenibilidad se plantea no solo en lo ambiental, sino también en lo económico y en lo social. ¿Dónde está ese debate? ¿En qué momento la ciudadanía ha sido parte de esta conversación?

No confundamos orgullo con prioridad

Queremos sentirnos orgullosos de nuestra ciudad. Queremos estar en el mapa. Pero no a cualquier precio. No si eso significa comprometer recursos sin saber a cambio de qué. No si dejamos atrás a quienes más podrían beneficiarse de un proyecto bien hecho: la infancia, el deporte femenino, las personas con discapacidad, los barrios periféricos, las escuelas municipales.

No confundamos ilusión con propaganda. La ilusión se construye con transparencia, con planificación seria, con diálogo constante. No con maquetas en 3D y discursos vacíos.

Un estadio debe latir

Lo que hace especial a un estadio no son sus asientos nuevos, sino las historias que se viven dentro. No hay innovación que sustituya el calor de una grada popular o el orgullo de un niño que pisa por primera vez ese campo donde sueña con jugar. Si no pensamos el nuevo Riazor desde ahí, estaremos construyendo un contenedor de eventos, no un corazón que lata con su gente.

Riazor puede ser mucho más que un estadio. Pero para eso hay que dejar de venderlo como una postal, y empezar a diseñarlo como un espacio que realmente transforme la ciudad.

La pregunta no es si nos merecemos un gran estadio. La verdadera pregunta es: ¿cómo vamos a asegurarnos de que ese estadio también nos merezca a nosotros?

©Derechos de autor. Todos los derechos reservados.

Necesitamos su consentimiento para cargar las traducciones

Utilizamos un servicio de terceros para traducir el contenido del sitio web que puede recopilar datos sobre su actividad. Por favor revise los detalles en la política de privacidad y acepte el servicio para ver las traducciones.