"Patagonia: Correr para Cambiarlo Todo"

El sol de invierno brillaba con fuerza sobre La Coruña, llenando las calles con una luz que parecía casi inusual para enero. El cielo estaba despejado, de un azul que solo puede ofrecer el invierno, cuando el aire es tan limpio que todo parece más nítido. Dentro de la cafetería, Mario y Laura estaban sentados junto a la ventana. La luz caía oblicua sobre la mesa, iluminando las tazas de café que apenas habían tocado.

Mario movía la cucharilla dentro de su taza de manera casi automática, como si su mente estuviera en otra parte. Finalmente, habló.

—No sé qué pensar del artículo de Chouinard —dijo, sin levantar la vista de su café.

Laura giró ligeramente la cabeza, aunque mantuvo la mirada fija en los adoquines soleados de la calle. Se tomó un momento antes de responder, como si quisiera medir bien sus palabras.

—Es interesante —dijo al fin—. Ese tipo nunca quiso ser empresario, y sin embargo, terminó haciendo algo que nadie más se atrevió a hacer. No solo creó una empresa, cambió las reglas del juego.

Mario dejó la cucharilla en el platillo con un pequeño ruido metálico. Luego, apoyó la espalda contra el respaldo de la silla.

—¿No te parece una especie de paradoja? —preguntó, mirándola por primera vez—. Pasa toda su vida construyendo una empresa para hacer menos daño al planeta, pero al final admite que ni siquiera eso es suficiente. Es como si estuviera diciendo: “Lo que hago no importa, pero aquí está”. Me recuerda a correr en círculos. Corres y corres, pero el paisaje no cambia.

Laura giró la taza entre sus manos, como si el movimiento le ayudara a pensar.

—Quizá no se trata del paisaje, sino de cómo corres —dijo, con una leve sonrisa—. Es como cuando empiezas a correr por primera vez. No piensas en la meta, solo en poner un pie delante del otro. A veces, simplemente hacer el esfuerzo ya es suficiente.

Mario dejó escapar una pequeña risa, apenas un susurro. Había algo en sus ojos que parecía entre divertido y cansado.

—Siempre encuentras una forma de darle la vuelta a las cosas —dijo, sacudiendo ligeramente la cabeza—. Tienes esa manera de verlo todo como algo más grande de lo que realmente es.

Laura levantó los hombros con un gesto casual, casi indiferente.

—Es que lo es. Nosotros no somos tan diferentes de Chouinard. Proponemos cambios, diseñamos estrategias, pero al final, lo único que hacemos es dar herramientas. La gente decide si las usa o no. Lo importante es seguir intentándolo.

Hubo un momento de silencio. Mario miró por la ventana, hacia el cielo azul y el sol que iluminaba los adoquines. Luego habló, casi en un susurro.

—¿Crees que estamos haciendo lo suficiente?

Laura sostuvo su mirada. Algo en sus ojos parecía transmitir una mezcla de convicción y duda.

—No lo sé —dijo, después de una pausa—. Pero creo que intentarlo ya es algo. A veces, eso es lo único que puedes hacer.

El silencio que siguió fue diferente. Afuera, un rayo de sol golpeó la mesa junto a ellos, como si el mundo quisiera participar en la conversación. Ninguno de los dos dijo nada más, pero en ese momento parecía que no hacía falta.

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