"Conversaciones sobre la Transformación del Deporte: De Juego Local a Mercado Global"
Por Pablo S.R
A Coruña – Enero 2025
La tarde en La Coruña tenía un ritmo pausado, como si la llovizna persistente hubiera decidido quedarse para marcar el compás del día. Laura y Mario se refugiaban en una cafetería cerca de la Plaza de Lugo, observando cómo las gotas resbalaban por las ventanas y dejando que el aroma del café les envolviera.
—¿Sabías que los deportes están atrayendo cada vez más interés de los inversores institucionales? —dijo Laura, dejando su móvil sobre la mesa con el gesto de quien deposita algo importante.
Mario levantó la mirada, desconcertado. Afuera, una pareja compartía un paraguas, caminando con esa prisa que la lluvia suele imponer.
—¿Inversores institucionales? ¿En deportes? Eso suena... raro. Quiero decir, los deportes siempre han estado ahí. ¿Por qué ahora?
Laura se encogió de hombros antes de responder.
—Porque todo está cambiando. Por ejemplo, el valor de los derechos de medios ha crecido una barbaridad. Y no hay tantos equipos deportivos profesionales; eso los convierte en activos muy exclusivos. Además, algunas ligas, como la NFL, han empezado a relajar sus normas de propiedad para dejar entrar a fondos privados y capital institucional.
Mario tomó un sorbo de su café, pensativo.
—¿Y qué significa eso? ¿Que los equipos ahora son solo negocios?
—En parte, sí. Pero no es tan simple. Por ejemplo, en 2014 los Buffalo Bills se vendieron por $1,400 millones. Este año, los Washington Commanders costaron $6,000 millones. Eso te dice algo, ¿no?
Mario dejó su taza sobre la mesa, el sonido resonando levemente en la cafetería.
—Eso es... increíble. ¿Y cómo se justifica algo así?
Laura miró por la ventana un instante antes de responder.
—Por los derechos de medios, principalmente. En el año 2000, la NFL generaba $2,200 millones anuales por televisión. Ahora, son $10,000 millones. Pero no es solo eso. Los deportes han dejado de ser locales; ahora son globales. ¿Sabías que más gente ve a los Philadelphia 76ers en China que en Filadelfia?
Mario arqueó una ceja.
—Eso sí que no lo sabía. Entonces, ¿los deportes son ahora entretenimiento global?
—Exactamente. Pero también han cambiado en su gestión. Josh Harris, el dueño de los Commanders, dice que ve el estadio como su "casa" y a los fans como "invitados de honor". Está invirtiendo millones en estadios, tecnología y experiencias para que los aficionados y los jugadores estén mejor que nunca.
Mario se quedó callado unos segundos, mirando el movimiento del barista tras el mostrador.
—Es curioso, pero también caro. ¿Qué buscan los inversores?
Laura tomó otro sorbo de su café, dejando que el calor se le extendiera por las manos.
—Principalmente, estabilidad y rentabilidad. Las franquicias deportivas son activos de larga duración, y además, sus rentabilidades históricamente no están correlacionadas con otros mercados financieros.
Mario asintió, intentando procesar la información.
—¿Y cómo encaja Europa en esto? Porque aquí todo parece más... desordenado.
—Es verdad. En Estados Unidos, ligas como la NFL tienen una gobernanza muy sólida y operan de manera conservadora. Eso da mucha seguridad. Pero en Europa es más diverso. Tienes fondos soberanos como el PIF en Newcastle, propietarios individuales y grupos como Fenway en Liverpool. Esa diversidad trae oportunidades, pero también incertidumbre en las valoraciones.
Mario se recostó en su silla, mirando cómo la lluvia seguía cayendo con la misma cadencia lenta.
—¿Y qué pasa con otros deportes? Porque hablamos de la NFL y el fútbol, pero debe haber más.
—Claro. Mira la Fórmula 1. Liberty Media compró los derechos en 2016 y, con la serie Drive to Survive, lograron atraer a audiencias más jóvenes. Ahora cada carrera tiene una audiencia promedio de 70 millones de personas.
Mario dejó escapar un silbido, impresionado.
—Eso es un ejemplo de cómo reinventar un deporte. Pero todo esto suena como una burbuja. ¿No hay riesgos?
Laura suspiró, dándole vueltas a la cucharilla en su taza.
—Los hay, y muchos. Por ejemplo, el mercado de derechos de medios podría saturarse. Y luego está la gobernanza: no todas las ligas están tan bien estructuradas como la NFL. Pero lo más importante son los fans. Si pierdes su compromiso, todo se cae.
Mario dejó su mirada perderse en el vidrio empañado de la ventana.
—Es irónico, ¿no? Todo este dinero depende de algo tan simple como que la gente ame a su equipo.
Laura sonrió.
—Es lo que dijo Josh Harris: los equipos no son solo negocios, son activos de la comunidad. Su verdadero valor está en los recuerdos que crean y en cómo unen a las personas.
El eco de esas palabras flotó entre ellos, mientras la lluvia se volvía apenas un susurro.
—¿Sabes qué? —dijo Mario, rompiendo el silencio—. Vamos a caminar hasta Riazor. Quizá viendo el estadio entendamos mejor todo esto.
Laura asintió, dejando un billete junto a la cuenta.
—Vamos. Al final, el deporte siempre será un puente. Entre fans y jugadores, entre ciudades y recuerdos.
La lluvia apenas era un murmullo cuando salieron de la cafetería. Las calles estaban casi vacías, y el sonido de sus pasos se mezclaba con el suave golpeteo de las gotas en el pavimento. Aunque el deporte pudiera haberse transformado en un mercado global, en ese momento, para Laura y Mario, seguía siendo una conexión esencial con algo más grande.
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