"Gimnasios, NBA y Personas: Volver a lo Esencial"

La lluvia seguía cayendo con la calma de quien no tiene prisa, trazando caminos irregulares en la ventana de la cafetería Lume. Laura y Mario estaban sentados en su rincón habitual, observando cómo el agua convertía la ciudad en una paleta de grises. Sobre la mesa, una tablet, un par de tazas de café casi vacías y el eco de una conversación que aún no había arrancado del todo.

Mario deslizó la tablet hacia Laura con un gesto casi distraído.

—Mira esto —dijo, sin mirarla directamente. Su voz sonaba neutral, pero había algo en su tono, una duda que no terminaba de definirse.

Laura tomó la tablet y comenzó a leer. Lo hizo despacio, como si estuviera midiendo cada palabra. Al terminar, dejó el dispositivo a un lado y sostuvo su taza con ambas manos, buscando el calor que parecía no llegar del todo.

—¿Gimnasios premium? —repitió, como si las palabras necesitaran ser probadas antes de pronunciarlas del todo—. Máquinas de última generación, apps que te lo miden todo, espacios diseñados para que parezcan sacados de una revista. —Hizo una pausa, jugando con la cucharilla en su té—. Todo eso está bien, supongo, pero... ¿y las personas?

Mario tomó un sorbo de su café y dejó la taza con cuidado en el platillo, como si estuviera ganando tiempo.

—Están ahí, claro —respondió al fin—. Pero parece que no reciben la misma atención que las máquinas. Todo en el artículo habla de tecnología, conceptos innovadores... pero apenas se menciona a los entrenadores. A los profesionales que están ahí todos los días, ayudando a la gente a avanzar.

Laura giró su cucharilla en el té, sin levantar la vista. Afuera, un hombre con un paraguas roto intentaba avanzar contra el viento. Por un momento, ambos lo observaron en silencio.

—Es curioso —dijo ella finalmente, mirando aún hacia la ventana—. Me recuerda a lo que pasa en la NBA. Todo gira en torno al espectáculo: triples imposibles, estadísticas perfectas, dramas diseñados para las redes sociales. Pero, ¿y la emoción real? ¿Dónde está la conexión con la gente?

Mario la miró por un momento antes de responder, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Durant decía algo parecido, ¿no? —comentó—. Que los medios han condicionado a los aficionados a centrarse solo en los playoffs y en el drama extradeportivo. El baloncesto se ha convertido en un producto, no en un deporte.

Laura dejó la cucharilla y tomó un sorbo de té, pensativa.

—Y O’Neal hablando del estilo de juego —añadió—. Dice que los triples han hecho todo demasiado predecible, como si hubieran quitado la emoción de lo inesperado. Pero no es solo eso, es la historia. Lo que hace que la gente quiera sentarse y sentir que pertenece a algo.

Mario asintió, pero esta vez no respondió de inmediato. Se quedó mirando el café en su taza como si ahí hubiera algo que no lograba resolver.

—En los gimnasios pasa lo mismo, ¿no? —dijo finalmente—. Pueden tener la tecnología más avanzada, los espacios más bonitos, pero lo que realmente importa es lo humano. Los entrenadores son los que le dan sentido a todo eso. La tecnología puede ayudarles, pero nunca podrá reemplazarlos.

Laura dejó escapar una risa breve, más reflexiva que alegre.

—Exacto. La tecnología puede ser una herramienta increíble, pero sin alguien que la use para conectar con las personas, se queda en eso: una herramienta. Los entrenadores, con su experiencia y sensibilidad, son los que hacen que todo cobre vida. Igual que en el baloncesto, son las historias las que realmente importan.

Mario levantó la vista y esbozó una sonrisa pequeña.

—Quizá eso es lo que debemos decirles a nuestros clientes —dijo—. No se trata de elegir entre máquinas o entrenadores, sino de entender cómo pueden trabajar juntos. Al final, son los profesionales quienes le dan alma a todo esto. Igual que en la NBA, no se trata de borrar los triples o las estadísticas, sino de devolverles un contexto, una razón para importar.

Afuera, la lluvia había comenzado a ceder, dejando tras de sí un aire limpio y fresco. Laura y Mario permanecieron en silencio por un momento, dejando que las palabras encontraran su lugar en la conversación. Porque, al final, lo esencial no estaba en las máquinas ni en las instalaciones, sino en las personas que las utilizaban para construir algo más grande.

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