"El Real Madrid y los Mil Millones: Reflexiones sobre el Fútbol desde Montealto"
El Bico Bar estaba lleno, como cada miércoles por la tarde. El murmullo de conversaciones llenaba el espacio, mezclándose con el ruido de los vasos y los platos que se amontonaban en la barra. Laura y Mario estaban sentados en su mesa de siempre, junto a la ventana que daba al movimiento tranquilo de Montealto.
Mario tenía las manos alrededor de su taza de café, pero parecía más concentrado en el vapor que subía de esta que en la bebida en sí. Laura, mientras tanto, miraba a su alrededor, captando fragmentos de conversaciones de otras mesas.
—Mil millones de euros —dijo Mario de repente, sin mirarla.
Laura arqueó una ceja, medio sorprendida por el comentario abrupto.
—¿Mil millones? ¿Qué?
Mario levantó la vista, como si acabara de recordar que no estaba pensando en voz baja.
—El Real Madrid. Han superado los mil millones de ingresos esta temporada.
Laura resopló, no del todo impresionada, pero tampoco indiferente.
—Lo leí esta mañana. Aunque ya no sé si es una noticia o una obviedad. El Madrid y Florentino... siempre suben el listón.
Mario dejó escapar un suspiro corto, como si no le gustara del todo el tono de Laura.
—Sí, pero ¿no te hace pensar? ¿Dónde queda el fútbol en todo esto?
Laura lo miró fijamente, dándose un momento para responder.
—El fútbol sigue ahí, Mario. Solo que ahora está rodeado de cifras, estadios remodelados y patrocinadores. ¿Por qué te preocupa tanto?
Mario tamborileó los dedos contra la mesa, su mirada desviándose hacia la fotografía del galgo en la pared.
—No sé... Todo parece tan limpio, tan calculado. Mil millones. Licencias VIP, acuerdos millonarios, eventos en el estadio que no tienen nada que ver con fútbol. Es como si el deporte fuera solo la excusa para el negocio.
Laura tomó un sorbo de su café y dejó la taza con cuidado sobre el platillo.
—¿Y qué esperabas? Esto lleva años así. Desde los primeros derechos de televisión, incluso antes. ¿De verdad crees que el fútbol alguna vez fue puro?
Mario negó con la cabeza, pero su gesto era más resignado que enfático.
—No lo sé. Pero esto... esto parece diferente. Como si cada vez estuvieran más lejos del resto. Los clubes pequeños, los equipos que no tienen el Bernabéu o contratos de setenta millones al año. ¿Qué les queda a ellos?
Laura se apoyó en el respaldo de su silla, dejando escapar un suspiro.
—Lo que siempre les ha quedado. Conexión.
Mario giró la cabeza hacia ella, frunciendo el ceño.
—¿Conexión?
—Sí, conexión con la gente. Con el barrio, con sus historias. Mira este sitio. El Bico no tiene el dinero de un restaurante de lujo, pero aquí estamos, cada semana. La gente vuelve porque se siente parte de algo.
Mario asintió, aunque no parecía del todo convencido.
—¿Crees que eso es suficiente?
Laura sonrió, pero no era una sonrisa de burla, sino de entendimiento.
—No lo sé. Quizá no. Pero al menos aún existe. Si el Madrid está en los mil millones, los demás tienen que encontrar algo que el dinero no pueda comprar.
Mario volvió a mirar la fotografía del galgo. El perro estaba quieto, elegante, y el hombre a su lado tenía una expresión tranquila, como si no tuviera prisa por ir a ningún sitio.
—Supongo que el problema no es que el fútbol cambie —dijo finalmente—. Es que a veces siento que nosotros también estamos intentando alcanzarlo, en lugar de quedarnos con lo que importa.
Laura tomó otro sorbo de café, esta vez sin apartar la mirada de él.
—Quizá lo importante no es alcanzarlo, sino recordar por qué empezamos a caminar en primer lugar.
Mario no respondió de inmediato. Afuera, el barrio seguía su ritmo, con gente entrando y saliendo del bar, mezclando idiomas y acentos. Finalmente, Mario levantó su taza y la miró con un gesto leve, apenas perceptible.
—Supongo que eso tiene sentido.
Laura no dijo nada más. No hacía falta. Ambos sabían que la conversación había llegado a donde tenía que llegar, como un paseo que termina en el lugar correcto, aunque el camino haya sido diferente al esperado.
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