"El susurro de Riazor"

El viento del Atlántico entraba por las gradas del Estadio de Riazor como un viejo conocido, barriendo el silencio que llenaba el lugar. Mario y Laura estaban sentados en la parte alta de las gradas, lejos del césped perfectamente cuidado, como si quisieran observarlo desde la distancia. Era una pausa necesaria después de una mañana llena de reuniones, gráficos, planes y plazos. Un momento para pensar en el trabajo que tenían entre manos.

Mario se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas, mientras el viento le revolvía el cabello. Desde allí, el estadio se veía inmenso, aunque vacío.

—¿Sabes? No dejo de darle vueltas al Mundial —dijo, rompiendo el silencio.

Laura, que estaba mirando las banderas ondeando al fondo del campo, giró la cabeza hacia él.

—¿Qué pasa con el Mundial? —preguntó.

Mario se quedó mirando el césped, como si buscara las palabras adecuadas.

—Es una oportunidad enorme para Riazor, para A Coruña. Pero no puedo dejar de pensar en todo lo que implicará. Miles de personas, equipos de todo el mundo, medios, aficionados… Y este estadio, tal como está, ¿de verdad está preparado para todo eso?

Laura asintió ligeramente, pero no dijo nada de inmediato. Sabía que él necesitaba tiempo para procesar sus ideas.

—Este lugar consume tanto —continuó Mario—. Energía, agua, recursos. ¿De verdad vamos a dejar algo que valga la pena después del Mundial, o solo un gran agujero en nuestras cuentas y en el medio ambiente?

Laura dejó escapar un suspiro y se reclinó en el asiento, mirando al cielo gris que se extendía sobre ellos.

—No estás equivocado —admitió—. Riazor, tal como está, no está listo para lo que viene. Pero ese es precisamente el reto, Mario. Ser sede del Mundial puede ser una excusa perfecta para transformar este estadio en algo mucho más que un lugar donde se juega al fútbol.

Mario frunció el ceño, girándose hacia ella.

—¿Transformarlo cómo?

Laura esbozó una pequeña sonrisa, como si ya hubiera reflexionado sobre esa pregunta durante mucho tiempo.

—Mira lo que han hecho en Ámsterdam, con el Johan Cruyff Arena. Es un estadio que no solo acoge partidos, sino que también produce su propia energía con paneles solares, reutiliza el agua de lluvia y está construido con materiales sostenibles. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué no nosotros?

Mario negó con la cabeza, no en desacuerdo, sino tratando de digerir lo que decía.

—Eso suena increíble, pero esto es A Coruña, Laura. No sé si tenemos los recursos o la infraestructura para algo así.

Laura se giró completamente hacia él, con una expresión seria.

—No es solo cuestión de dinero, Mario. Es cuestión de voluntad. Este estadio puede ser un modelo a seguir, pero necesitamos empezar a medir lo que hacemos.

Mario arqueó una ceja.

—¿Medir? ¿Te refieres a esos estándares que siempre mencionas?

Laura asintió.

—Exacto. Normas como el GRI o la CSRD nos ayudan a saber si estamos avanzando en la dirección correcta. Sin ellas, es como jugar un partido sin árbitro. Pero no se trata solo de números, Mario. Se trata de hacer las cosas bien, con propósito.

Mario se quedó mirando el campo en silencio. El viento seguía moviéndose entre las gradas, como un susurro constante.

—¿Y crees que eso no le quita un poco de alma al deporte? —preguntó finalmente.

Laura sonrió, esa sonrisa tranquila que siempre parecía entender más de lo que decía.

—El deporte ya tiene alma. Pero esa alma puede ser algo más que emociones de un partido. Puede ser inclusiva, accesible. Si el fútbol puede unir a millones de personas, también puede enseñarles a cuidar lo que compartimos.

Mario dejó escapar una risa suave.

—Entonces, la sostenibilidad no es solo reducir emisiones o usar energía limpia. También es abrir puertas, derribar barreras.

Laura asintió.

—Exacto. Y aquí, en Riazor, tenemos la oportunidad perfecta para demostrarlo. Este estadio puede inspirar, no solo por el fútbol, sino por lo que representa.

Mario volvió a mirar el campo, tratando de imaginar lo que Laura describía.

—¿Estamos avanzando hacia eso?

Laura suspiró, dejando que el viento llenara el espacio entre ellos.

—Estamos empezando, pero queda mucho por hacer. El Mundial nos da una oportunidad única para liderar con responsabilidad. Pero necesitamos más compromiso, más acción… y más visión.

Mario asintió lentamente. Miró una vez más hacia el estadio, inmenso y sereno, como si esperara su momento.

—Riazor no está tan vacío como parece —dijo al fin, en voz baja.

Laura lo miró, con una chispa de entusiasmo en los ojos.

—No lo está. Está lleno de posibilidades. Solo tenemos que atrevernos a verlas.

El sol comenzaba a descender sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un suave anaranjado. Las luces del estadio empezaron a encenderse, una a una, bañando el campo en un brillo cálido. Mario y Laura se quedaron en silencio un momento más, dejando que el viento siguiera hablando por ellos. Allí, en Riazor, había algo más que un estadio. Había un futuro esperando ser construido.

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